El ácrata de la Magallania by Jules Verne

El ácrata de la Magallania by Jules Verne

autor:Jules Verne [Verne, Jules]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1987-01-01T00:00:00+00:00


10. LA ISLA HOSTE

La isla Hoste es una de las medianas del archipiélago magallánico. Su costa septentrional, que sigue muy de cerca la dirección del paralelo 55, bordea el canal de Beagle en la mitad de su extensión. Su litoral es sensiblemente rectilíneo por el norte y de lo más irregular en las demás costas del perímetro. Un ángulo recto la limita por el oeste, a la entrada del canal de Darwin, que la separa de la isla Gordon. Por debajo se dibuja una estrecha bahía que finaliza en el promontorio de Rous y ante la que espumean incesantemente los arrecifes de la isla Waterman. Después, la costa se ahueca, se eriza de puntas, protegidas de alta mar por el cinturón de islotes de Wood, Hope y Henderson. Una profunda escotadura al este de la costa recorta esa bahía de Nassau, abierta entre las islas Navarino y Wollaston, y hacia el sudeste se proyecta la península Hardy, curvada como una cimitarra y cuya punta afilada forma el falso cabo de Hornos.

Es en el interior de esa península, en la parte posterior de una enorme masa granítica, en donde el Jonathan había naufragado, oblicuamente a la costa, con la parte delantera hacia tierra y la trasera hacia el mar.

El tamaño de la isla Hoste, según los mapas de King y Fitz-Roy, se puede estimar en unas veinticinco leguas contadas sobre el litoral del canal de Beagle. En cuanto a su anchura, no sobrepasa las diez leguas de norte a sur. En estas evaluaciones no está comprendida la península Hardy, muy estrecha desde su inicio y cuya curvatura se dibuja alrededor de una docena de leguas más o menos.

Al hacerse de día, las altitudes de esa península muy abrupta, muy recortada, aparecieron entre las brumas del alba, que no tardaron en disipar los últimos furores de la tempestad.

Un cerro, cortado a pico sobre el lado del mar, formaba la arista del cabo y se unía por una loma de punta aguda a la osamenta de la península. Al pie del cerro se extendía un lecho de rocas negruzcas, en su mayor parte sumergidas durante la marea alta, pero en ese instante descubiertas al estar la marea en lo más bajo, y que aparecían viscosas por las algas que las tapizaban. Algunas placas de arena amarilla se divisaban entre los arrecifes, una arena lisa y húmeda todavía, prodigiosamente constelada de conchas: terebrátulas, lapas, tritones, narvales, chitones, mactras, venus, que tanto abundan en las playas magallánicas.

En ese instante ya no hacía falta retener a los pasajeros sobre el puente del barco. Uno se imagina fácilmente el ansia de los náufragos por pisar tierra firme en cuanto el barco abandonó su elemento natural y yacía sobre las rocas.

En un instante todos fueron a la parte delantera y un centenar saltaron a la península y fueron en dirección al noroeste. Otros, impacientes de saber dónde estaban, trataron de trepar por el talud del cabo, bastante empinado y cuya altura, unos sesenta metros, permitía abarcar el contorno de parte de la isla.



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